LVIII

Todos y cada uno de los seres y cosas de este mundo guardan un secreto, son un enigma a resolver, tienen una lección que ofrecernos, una enseñanza que comunicar, regalo o maldición, según los casos. Es necesario prestar atención y aceptar el desafío. De los insectos deberíamos aprender, al menos, que la fase adulta es sólo la imagen, la imago, de algo mucho más importante, la fase larvaria; el adulto sólo vale en cuanto medio de reproducción y transmisión de un conocimiento, un aprendizaje previo, cúmulo de experiencias que ya no tiene y que sólo transmite a otro, es el momento del relevo, de pasar el testigo. La larva es el verdadero sujeto de la experiencia, la infancia como núcleo determinante de la vida, fase esencial, experimentum crucis; el adulto como mucho representa la fase terminal, quizá cierto acabamiento, la epifanía antes de desaparecer. El gran capricornio (Cerambyx cerdo) agita sus poderosas antenas negras en las ramas del romero, que apenas aguanta su peso. Tiene poco tiempo. Dado que en la fase adulta no come, apenas chupa resinas de los árboles y adquiere cierto gusto refinado por la fruta madura, sólo dura unos pocos días o semanas. Es suficiente. Tiene toda una vida de 3 o 4 años por detrás en forma de larva; ha visto todo lo que tenía que ver, ha hecho todo lo que tenía que hacer. No quiere vivir recordando; llega el momento de la despedida, de la reproducción. Por el momento, desciende pesadamente hasta el suelo; se posa en una piedra. No tiene prisa. Tiene el mundo a sus pies. Una mano procedente de un mundo que el gran capricornio ni puede imaginar, a otra escala de realidad, lo coge con delicadeza entre las patas. Quiere ver de cerca a un insecto de estas dimensiones. Cara a cara. Al sentirse prisionero, el insecto abre las mandíbulas y emite un sonido metálico, insólito por su intensidad, un zumbido aterrador que parece provenir de otro mundo, un lamento de ultratumba. No quiere ser molestado. Es una vida que reclama sus derechos en un lenguaje ininteligible. Comprende que no pertenecen al mismo mundo, que el mundo no es UNO, ni debe serlo. Son otros uno para el otro, radicalmente diferentes. Lo vuelve a depositar en el suelo, en un camino despejado. El insecto camina seguro, con sus patas poderosas, de forma pesada. Es consciente de su poder. Un grupo de gatos que ha contemplado toda la escena, medio atónitos, se apartan a su paso, retroceden; prefieren observarlo a una distancia prudencial. Lo saben sin saberlo. Unas trompetas triunfales abren el cortejo. Es el gran capricornio, el capricornio mayor, abrid paso, presentad vuestros respetos. Le queda poco tiempo de vida. Es fuerte. Uno de los más fuertes. Ha vivido una larga vida larvaria. Una infancia plena. Abrid paso. Haced reverencias. Ahora se retira, vuelve a su mundo inaccesible. Se prepara para morir. Larga vida al gran capricornio. Grande entre los grandes. Así ha sido; así será. Cuando desaparece, unos maullidos interrogativos, unas miradas felinas a la espera de una respuesta humana, delatan que siguen sin comprender muy bien lo que han visto, qué clase de animal tenían delante. -¿Ya se ha ido? -Eso parece. -¿Volverá? -No lo sé. -¿Es peligroso? -No tenéis que preocuparos por nada -¿Quién era? - Un ser de otro mundo. -¿Hay otros mundos? -Ya sabéis que sí. Volvamos a casa.
Caput tympani CXXXIV