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Para el pergolero satinado, un ave de plumaje negro azulado, con un pico fuerte también de la misma tonalidad, el azul no es sólo el color de la mayor parte de su cuerpo, es una forma de vida y de estar en el mundo, una verdadera vocación. Los pergoleros hacen honor a su nombre; se pasan la mayor parte del tiempo, artistas prolíferos, construyendo complejas pérgolas de palos que decoran con flores, pétalos o conchas vacías. Este escenario de ensueño atrae a las hembras a las arenas de cortejo, que atraviesan el umbral cubierto, novias conducidas al altar por una mano invisible. En el interior del paseo arbolado, el macho tiene la delicadeza, y la intuición estética, de diseminar todo tipo de objetos azules, como plumas y tapones de botella. Es su visión del mundo. Cuando una hembra se acerca, coge un objeto con su pico y se lo ofrece, a modo de tarjeta de visita; esta exhibición parece ser irresistible, en especial si va acompañada de un canto resollante. No podía ser menos; está ofreciendo lo mejor de sí mismo, la esencia de su ser, el azul, representada en una serie de objetos, plasmada en un mundo monocromático infinito. El exterior es idéntico al interior. Un artista reconocido se hizo famoso con mucho menos.