XLVI

Entre un ratón que lanza chillidos de terror e intenta arrastrarse entre la hierba, malherido, con los huesos medio rotos, mientras recibe los manotazos del gato que se toma su tiempo para rematarlo; un gato que cae de un tejado después de ser alcanzado por un disparo con perdigones, luego es pateado en el suelo y pasa un día entero gritando de dolor antes de morir; y una mujer esquelética, tirada en medio de la calle, desnuda, que agoniza por una enfermedad fácil y barata de curar, el cólera, ante la indiferencia de la gente que pasa a su lado sin mirar. No hay nada que los distinga; no hay ninguna diferencia en cuanto a su dolor, miedo y capacidad de sufrimiento. Todos son ANIMALES, seres animados, centros vitales, sensibles, dotados de un punto de vista singular, único e irrepetible. Ninguno quiere morir; todos rehuyen el dolor. Quien mata a un hombre mata a toda la humanidad; quien mata a un animal mata a todos los hombres y a la vida entera, muere por dentro lentamente. La cuenta se lleva en algún lugar apartado de las miradas, a la espera de un juicio final, tribunal de las bestias y los hombres, que sacudirá y partirá en dos la historia de la tierra.