XXXV

Cuando un animal después de una larga persecución, llega al límite de sus fuerzas y cae agotado, sin poder dar un paso más, no implorará piedad a sus perseguidores, humanos o no humanos, no veremos caer ni una sola lágrima y tampoco dirá palabra, pues el lenguaje le está vedado, pero, inmóvil, tendrá la confianza secreta, la fe ciega, de que lo dejarán estar, de que esta vez no llegarán hasta el final, creerá en su salvación como un primer indicio, el sentimiento primordial de una piedad por ahora inexistente.