XXXVI

Los animales son capaces de hazañas inimaginables, bajo la estrella de la buena suerte, de difícil comparación en el mundo de los hombres. Un caracol escala una pared de varios metros, penetra por la rendija de una ventana, abierta escasas horas al día, entra en el interior de la vivienda y se instala, después de sellar su caparazón con baba solidificada, en el revés del cristal para preparar la hibernación. La petición, después de méritos más que suficientes, será concedida.

XXXV

Cuando un animal después de una larga persecución, llega al límite de sus fuerzas y cae agotado, sin poder dar un paso más, no implorará piedad a sus perseguidores, humanos o no humanos, no veremos caer ni una sola lágrima y tampoco dirá palabra, pues el lenguaje le está vedado, pero, inmóvil, tendrá la confianza secreta, la fe ciega, de que lo dejarán estar, de que esta vez no llegarán hasta el final, creerá en su salvación como un primer indicio, el sentimiento primordial de una piedad por ahora inexistente.