XXIII

Las columnas que sostienen el templo de la civilización se hunden en un océano rojo de sangre. Ni mil millones de paraísos podrán compensar nunca la carnicería, la matanza indiscriminada y el dolor que la especie humana ha infligido a sus semejantes y a los otros seres vivos que habitan el planeta. El peso de la vergüenza acabará por aplastar a una especie que, cansada de sí misma, dirige su mirada a la conquista del espacio interior, las profundidades abisales y las zonas de los polos, y el espacio exterior inhabitable. Todas las esperanzas son tan sombrías como las del asesino al acecho de la próxima víctima.