Las columnas que sostienen el templo de la civilización se hunden en un océano rojo de sangre. Ni mil millones de paraísos podrán compensar nunca la carnicería, la matanza indiscriminada y el dolor que la especie humana ha infligido a sus semejantes y a los otros seres vivos que habitan el planeta. El peso de la vergüenza acabará por aplastar a una especie que, cansada de sí misma, dirige su mirada a la conquista del espacio interior, las profundidades abisales y las zonas de los polos, y el espacio exterior inhabitable. Todas las esperanzas son tan sombrías como las del asesino al acecho de la próxima víctima.